Domingo, 17 de mayo de 2009. Año XXI. Número: 7.090.
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UNA EXPOSICIÓN AMBICIOSA
Historia de un 'sorolla' en el 'quirófano'
El Museo del Prado 'resucita' 20 obras del artista valenciano- EL MUNDO sigue la restauración de una de ellas, 'Mis hijos'
ANTONIO LUCAS

Madrid

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El espacio es luminoso, un sanatorio de última generación que corona el claustro de Los Jerónimos, en lo alto de la ampliación del Museo del Prado. Por aquí pasan cientos de obras al año en estado leve, grave, muy grave o crítico. Y todas hallan solución. Es uno de los espacios más secretos e inaccesibles de la institución. Pocos son los que entran en esta UVI del arte, donde se desnudan las obras hasta llegar al fondo mismo de la pintura, a su última hebra.

En el taller de restauración del Prado, capitaneado por Enrique Quintana, van contrarreloj. Ultiman la puesta a punto de una serie de obras de Joaquín Sorolla que forman parte de la gran exposición que la pinacoteca dedicará a partir del próximo día 26 de mayo al artista valenciano.

Han sido dos años de trabajo sin tregua. Sólo queda el último recodo del camino. En ese tiempo se ha trabajado sobre una veintena de obras. Entre ellas, Mis hijos (1904), uno de los cuadros más complejos e íntimos de Sorolla, propiedad del museo que lleva el nombre del pintor en Madrid.

No llegó al taller muy maleado, pero algunas restauraciones pasadas le dejaron un asma de luz, una fatiga de color ceniza. Ahora, después de cinco meses de estudio e intervención a manos de las restauradoras Eva Perales y Lucía Martínez, la pieza está ya en sala, resucitada en sus brillos, en sus tonos, más cerca del acorde exacto que de la bastardía de la sombra que la asfixiaba.

EL MUNDO ha seguido puntualmente el laborioso proceso, testigo de la resurrección de esta pintura, desde su ingreso hasta su rehabilitación. «Sorolla es un pintor difícil de restaurar. Y, por eso, apasionante», explica Martínez. «Es su propia sabiduría pictórica y su exigencia lo que le convierte en el más complejo de los artistas del XIX, en un verdadero reto».

El primer paso antes de intervenir sobre el lienzo es fijar la tela, tensarla. Muchas de sus obras han participado en numerosas exposiciones. Y en los primeros compases del siglo XX, las pinturas se desclavaban de los bastidores y viajaban enrolladas. «Con el tiempo, los bordes se debilitan. Por eso, el primer paso es poner una banda de tensión perimetral y colocar una tela de apoyo para evitar que el lienzo vibre», dice Martínez.

Una vez que la obra se ha tensado de nuevo comienza el trabajo sobre la capa pictórica. Es la parte del proceso que requiere más atención. El primer paso es limpiar la superficie, eliminando restos de barniz oxidado. «En ese momento, después de mucho estudio previo con las radiografías del lienzo, los infrarrojos y los rayos ultravioletas, uno empieza a descubrir los espacios desarmónicos de la pintura. Es el momento de hacer un equilibrio de luz y color de las zonas del cuadro. El diálogo crítico con los estudiosos de Sorolla resulta fundamental. En este caso, la bisnieta del artista, Blanca Pons, nos ha ayudado mucho. Ella nos facilitó fotografías de época de las obras a restaurar. El yerno de Sorolla era fotógrafo y realizó un preciso archivo de las obras del pintor que hoy resulta esencial para reconocer el estado original y su enmarcación», subraya Martínez.

Mis hijos es un cuadro muy personal, de referencias velazqueñas. «Se trata de una obra que deja ver con claridad lo acertado de las entonaciones de la composición. Las trabaja al límite. En ese sentido, su forma de entender cada elemento es muy preciso. Todo en su pintura funciona como un reloj. Es un creador muy seguro de sí mismo que no se mide con sus contemporáneos», apunta Enrique Quintana.

Los restauradores no intervienen nunca de inmediato en las obras. El proceso es lento. Primero hay que familiarizarse con ellas. Entenderlas. Saber su por qué, conocer hasta el más mínimo motivo de cada pincelada. «Una vez hecha la limpieza hay que ver las sutilezas de acabado que se han perdido. El primer paso es recuperar la imagen inicial. Y sólo se actúa sobre la tela cuando se tiene muy claro que es imprescindible hacerlo. Este es un trabajo de delicadezas y hay que tener una enorme seguridad para no equivocarte y que la interpretación no sea la adecuada, pues alterarías la lectura original de la obra», afirma Martínez.

Cualquier retoque se hace con unos colores especiales y reversibles, una pintura que no es grasa y permite ser retirada en un futuro sin castigar la original.

Las dos restauradoras conocen cada centímetro de los cuadros. Los han visto miles de veces. Han entrado en ellos con una psicología de descubridor. Conviven con ellos durante meses. Saben de sus alteraciones. Sucede exactamente eso con Mis hijos. Le han dado mil vueltas a la obra hasta que han encontrado el camino preciso para avanzar en ella. Y, al final, la pieza ha ganado en luminosidad, en definición, en estabilidad. Las dos hijas del pintor aparecen de nuevo definidas, independientes. «Cuando el cuadro entró esas dos niñas parecían siamesas. Algo imposible». Eva Perales y Lucía Martínez les han devuelto a su definición primera. La obra ya está en sala. Espera su reestreno, tras pasar por boxes, en la gran antológica de Sorolla en el Prado. Será la resurrección a pleno pulmón de un artista poderoso, irregular y sabio.


El rescate de la pureza: los marcos

«No sólo hemos realizado un gran esfuerzo para hacer un proyecto científico integral de la obra de Sorolla, sino que queremos que el público lo vea en toda su pureza, en toda su originalidad», comenta Enrique Quintana, jefe de restauración del museo. Para ello han recurrido a un maestro ebanista que ha reproducido algunos de los marcos que Sorolla buscó para sus cuadros. «Cuidaba mucho todos los detalles. Y en ocasiones consiguió marcos de tallas exquisitas del siglo XVII que adquiría en almonedas y anticuarios. Sabía que no sólo importa la pintura, sino la forma de presentarla».

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